viernes, 5 de septiembre de 2014

LATIENDO SALMOS

No puedo vivir Señor sin tu presencia.
No me abandones dejándome sola con mi propio corazón.
No me destierres de la tierra prometida, vagabundeando en este desierto árido, por culpa de mis delitos y pecados, pues salí de Egipto en busca de tu promesa, con la alegría del corazón, y ahora mi espíritu está abatido y cargado de tribulación, por amar más el pan que no sacia que tu propia palabra. Señor, dame un soplo de tu aire y reviviré como Agar en el desierto, que abandonó con dolor a su hijo para no verlo morir...
Agárrame fuerte tu mano y no me dejes caer en este vacío, que solo me llevará a la muerte.
Yo soy de ti, pues te llamé, padre hermano, esposo y mi Dios, aún en mis mayores temores y tormentas... ¡No me dejes! pues mis Salmos son tuyos, te los debo todos, mi Señor. Pon mis lágrimas en tu redoma, tómalas pues eres el único que puedes entenderlas.
Yo necesito tu voz, tus manos y tus pies, para andar en este mundo de profunda oscuridad.
Aún quiero ser luz y ser edificada en tu amor. Aún deseo ser en ti, ¡oh Padre, como tú lo eres en mi!
Ser de ti, ser para ti. Tómame y no me sueltes. Enséñame, vivifíca mi alma una vez más. No dejes que palabras sutiles sean como una enredadera en mi corazón, atando los latidos que cantan para tu trono en pos de amor.
Extiende hoy tú mano hacia mi. Sé mi refugio. Regálame tu misericordia. Ahora en este día, aquí y en este momento te necesito, pues solo una palabra bastará para salvárme.
 
                   
[Cuando el Señor roza el alma y el espíritu con su presencia, salmos salen de el corazón.]

                   

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