viernes, 18 de abril de 2014

TRAIGO MI PERFUME ANTE TU CRUZ





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Del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11 Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

                                                      

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 Ahí estaba yo tirada en el suelo, semidesnuda, acusada por los escribas y fariseos... fui sorprendida  en pleno acto de adulterio. Temía por mi vida pues me iban a apedrear, yo sabía que por mis actos, por mi gran pecado merecía la muerte. Sus acusaciones eran ciertas, tal vez me quedaban horas de vida... pero ahí llegó él, un hombre alto, rostro varonil, rasgos marcados, no había parecer en él, ni hermosura tampoco, lo miré, y no vi atractivo en él... pero fue su corazón el que me atrapó, su dulzura, su misericordia y su bondad. Un hombre envuelto de humildad, de mansedumbre, con un rostro lleno de paz, en sus ojos había amor, puro amor, sentía que al mirarme me conocía, podía sentir como escuchaba mi alma, mi espíritu estaba conectado al suyo, podía oír su voz en mí, una voz suave, dulce, una voz con autoridad. De repente... se acercó, se agachó y escribió algo en el suelo con su dedo índice, no pude ver lo que escribió porque mis ojos estaban bañados en lágrimas,
miró a los fariseos y escribas, se levantó y gritó con autoridad: - ¡Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra!
Yo cerré los ojos con fuerza y me acurruqué tapándome la cabeza, sentía miedo, pero en ese mismo instante pude oír como las piedras iban cayendo una a una sobre la tierra seca del suelo, oía los pasos de todos ellos alejarse, de repente un silencio estremecedor pude escuchar. Solo oía mi respiración y mi corazón latir rápido.
Abrí los ojos con temor, y pude contemplar que se habían ido todos, no había quedado ni uno solo...
Y ahí en ese mismo momento estábamos los dos, uno enfrente del otro; mi corazón palpitaba fuerte pues jamás sentí tanto amor, nunca nadie me había defendido con tanto ímpetu, con tanta autoridad, pues su autoridad no venía de este mundo, sino era autoridad que procedía del mismo cielo.
Se inclinó hacia mí y con voz dulce me preguntó: - Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?
Arrodillada ante sus pies, sin bajar la mirada del suelo y con mi voz quebrantada me dirijo a él diciéndole: - Nadie, Señor. Me mira ofreciéndome su mano llena de amor y me dijo así: -Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.
Nadie me amó así, nadie derramó su amor por mí en ese momento, tan sólo él, Jesús es su nombre, Jesús de Nazaret, el único que tuvo valor a enfrentarse a todos esos hombres dispuestos a matarme.
¿Quién sino? El único que tuvo poder y autoridad del cielo, pues ese tal Jesús que dicen que es profeta, es el hijo del Dios viviente. Yo lo sentí. Me salvó la vida. Y desde ese mismo momento le sigo los pasos y soy su discípula. Pues es el único.

                                                       

                                                                
                                                           
  El único que hizo tantos milagros, el único que tiene palabras de vida eterna, el único que con una sola mirada sabe entender lo que hay dentro del corazón, el único que han clavado en aquella cruz sin pecado...
 Y aquí estoy limpiando su sangre, su sangre preciosa, Jesús no se merecía tanto dolor, tanto sufrimiento. Él no hizo mal ninguno, siempre ayudó al más necesitado, siempre predicó perdón y amor al pecador, siempre tuvo una palabra de aliento que hacia cambiar el corazón.

                                                     

                                               

    Y allí en el huerto de los olivos, fue apresado como un vulgar ladrón, e incluso hizo un milagro en ese mismo momento reparando la oreja de un soldado. Nadie jamás amó así.
Se lo llevaron preso para juzgarlo, le azotaron tanto el cuerpo que toda su piel fue una sola llaga, le golpearon  con una vara en su cara desfigurándole el rostro, lo juzgaron públicamente condenándolo a muerte de cruz, Poncio  Pilato se lavó allí las manos desentendiéndose de lo que su pueblo hizo con Jesús, porque él mismo vio que en su boca nunca hubo engaño, ni crimen para tanto dolor, lo desnudaron públicamente, le coronaron con una corona de espinas, lo vistieron de grana y sus ropajes se lo echaron a suertes entre los soldados, le escupían, se burlaban de él, con cadenas llevó su cruz hasta el monte de la calavera.

                                                        


Y allí en aquella cruz clavaron sus manos y sus pies. Crucificado entre dos ladrones, con un cartel que decía JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS.
Junto aquel madero, nos encontrábamos, su madre María, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás y yo.
Y como vio Jesús a su madre y al discípulo Juan que estaba presente dijo a su madre: - Mujer he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: - He ahí tu madre. Y desde aquella hora la recibió consigo.
                                        
                                                       


Todavía estando allí colgado en su madero, le injuriaban, se reían de él, e incluso uno de los ladrones que estaban colgado junto a él también tuvo el valor de mofarse, el otro ladrón creyó en Jesús y se fue al Reino de los cielos ese mismo día.
Y estando allí no le importó tanto dolor porque aún así tuvo palabras de misericordia: - Padre, perdónalos, porque no sabe lo que hace.
En la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
Y cerca de la hora novena Jesús exclamó : - ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?
Luego le dieron a beber vinagre, y cuando Jesús tomó el vinagre dijo: - Consumado es.
 Y habiendo inclinado la cabeza, dio su espíritu.

                                                       


Después uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza saliendo agua y sangre.
Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliese las escrituras: Hueso no quebrantaréis de él.

                                           


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 Hubo en aquel momento un gran terremoto y empezó a llover. Pasadas estas cosas, entre algunos discípulos tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron entre lienzos con especias, como es costumbre de los judíos sepultar.
Y en aquel lugar donde había sido colgado del madero, había un huerto; y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno, y allí pusieron a Jesús.
Entonces el primer día de la semana, siendo aún tinieblas, fui al sepulcro para ver a Jesús y vi la piedra quitada y corrí para decírselo a Simón Pedro y a Juan. Y bajaron al sepulcro viendo que allí Jesús no se encontraba, que los lienzos y sudarios que los envolvía estaban allí puestos en un lugar aparte... volvieron a los suyos.
Yo estaba fuera llorando junto al sepulcro y estando allí llorando, me bajé  y miré al sepulcro, y vi dos ángeles en ropas blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
Y me dijeron: - ¿por qué lloras? Le contesté: - Han llevado a mi Señor, y no sé donde le han puesto.
Cuando dije esto me di la vuelta y allí estaba Jesús, pero no sabía que era él.
Jesús me dijo: - Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Yo le contesté: - Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.
Jesús volviéndose a mi me dice así: - ¡María! Y le miré a los ojos : - ¡Maestro! Lo reconocí, el corazón se me salía de mi pecho, no me lo podía creer, ¡Jesús había resucitado!
Jesús me dijo: - No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.

                                                                     


Y fui a darles las nuevas, que he visto al Señor, y estas cosas me dijo.
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
 - La paz con vosotros.
 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: - La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

Los otros discípulos le decían: - Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó: - Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: - La paz con vosotros.  Luego dice a Tomás: - Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.
Tomás le contestó: - Señor mío y Dios mío.

 Dícele Jesús: - Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en las sagradas escrituras.
Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.


                                                        


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                                                          JESÚS RESUCITÓ Y ÉL VIVE.

                                                YO SOY LA RESURECCIÓN Y LA VIDA
              EL QUE CREE EN MI AUNQUE ESTÉ MUERTO VIVIRÁ.


                                      




                                                

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