miércoles, 29 de marzo de 2017

HIJAS DEL CANTO.

Antes de que la lluvia cese, antes de que apacigüen la voz del esposo, antes de que el sol se oscurezca, aún antes, mucho antes de que las estrellas dejen de tintinear... de que la lámpara se apague y precedentemente tengamos que huir a escarpadas colinas. Nuestra enemistad agónica con lo recóndito seguirá dando gritos de guerra.
Porque las hijas del canto no fuimos selladas para morir en plena batalla. Sino que con cada palabra de voz de atalaya atamos en la tierra las artimañas de nuestros enemigos, como se atan en el cielo.
Amamos decir no a los embeleses de su voz. Escudriñamos sus estrategias con el fin de dar exterminio a su existencia. Nos compadeceremos de su final, pero no sin antes haber pisado con la planta de nuestros pies la cabeza de su aliada, la tortuosa.

Atamos la boca de ellos, no damos lugar al coloquio, no entramos en juego, actuamos y matamos. Obedecen a nuestro mandato, pues saben que venimos en el nombre del que está en lo Alto. Andamos continuamente bajo la sombra del omnipotente, pues aunque seamos más que vencedoras, nuestro corazón está derramado en los brazos de su espíritu.

Él hace convertir el agua en vino, atrae así los corazones con dulces cuerdas de amor. Endurece el corazón del altivo, y da vista al ciego. Hace oír al sordo. Y da vida a los muertos. Todo en él es belleza. Arrodillémonos pues a los pies de su trono y demos honor a su Santo nombre, pues nunca nos negaron su misericordia y su amor es con nosotras hasta el final.

Descubrió el escondite y destapó al escorpión. Lo hizo vulnerable, nos mostró su debilidad. Tan solo debemos esperar en silencio y con su propio veneno morirá. Pues con sus vaivenes de ira y de inseguridad, de su flaqueza a lo prohibido, y de su veleidad preeminente, tiene el terreno ganado a la pura vesania. Tan solo aguardaremos en silencio su final. No daremos lugar al diablo. Y mostraremos toda la cordura que nuestro Dios nos regaló.

El que no sabe distinguirse en un espejo, es porque aún no se ha conocido. Nunca se vio así mismo, y su tendencia será señalar a los demás. A esos ni aún miréis, pues si Dios no les toca, su instinto será destruir todo lo puro y bello. Dejad que las moscas se coma lo que huele a putrefacto. Id tras la voz del esposo y llenad las lámparas de aceite. Tal vez esta noche si así lo desea entraremos en sus aposentos y nos derramaremos entre sus amores... 

Cantar de cantares, amor de mis pasiones, deleite a los labios sedientos, buscamos su rostro, alabanza y gloria. Derramamiento de sus muchas aguas vivas. Fluyen como ríos, en nuestro interior, allí es gestada la vida. 
Manantial de luz, manantial de esperanza. Alianza, pacto sempiterno.

Amor de mis amores. 

Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. "cantares 8:7."